martes, 26 de julio de 2016

La Era del Hielo

por: Cap. Juan Carlos Carrion 

MENDOZA

Cuando a Juan le empiezan los dolores en las articulaciones no piensa en el invierno. Ni siquiera en la humedad de esta ciudad ni en los años transcurridos abordo. Solo recuerda una cosa: el inicio de la “Era del Hielo”.

Pudo haber sido en Hamburgo o Liverpool, pero fué Nueva York. Definitivamente, sí, el inicio fue ahí en ese invierno de 1966. El Sindicato del personal Subalterno y su discusión por aumento de sueldo fueron, quizás, los desencadenantes mas evidentes, pero algo debió no estar bien en la estructura del Universo cuando el “Mendoza” llegaba a ese puerto.

Antes, en Boston, todo había transcurrido como en un invierno mas en la costa norteamericana, con sus vientos de Groenlandia y su mar de fondo en Hatteras. Lo de siempre en el Atlantico Norte navegando arriba de la corriente del Golfo.Y es que los muchachos no habían cumplido el paro de Boston y se lo debían al Sindicato y al llegar esa tarde de fines de diciembre al  muelle 29 sobre el sur de Manhattan, resolvieron implementarlo sin mas ni más..

No hubo forma de convencerlos que en esa noche si se apagaba la caldera y el termómetro seguía bajando la íbamos a pasar de mal para peor. Sobre todo en un “Victory” cuya calefacción era el vapor apestoso que salía de esa caldera y al pasar por cada uno de los radiadores despedía una esputza que envenenaba los camarotes, creando un efecto cinta de Moebius, ya que para ventilar se abría el ojo de buey y al rato había que cerrarlo presuroso para no quedar como esquimal a la intemperie y así hasta que uno se dormía o se iba a la guardia. 

Vapor que además proporcionaba esa electricidad tan  necesaria para redondos calentadores con pava incluida que reinaban en todos los camarotes.

Pero dormir esa noche fue algo mas que una actividad humana..Terminó la cena y comenzó el apagón. Afuera toda la estructura bien cerrada y hasta calafateada en algunas puertas de madera de los pasillos superiores y un viento helado de vaya a saber uno que frente frío norteño ,comenzó a soplar.
Algunos copos de nieve se arremolinaron en los vidrios de los ojos de buey. 


Apagaron la caldera, se hizo la obscuridad y el generador de emergencia se empecinó en no arrancar. Un extraño silencio y el frío y la obscuridad se fue apoderando de  los pasillos y los camarotes donde parpadeaba alguna linterna sin pilas frescas. Las grandes, esas cuadradas rojas que los buques habían traído adosadas a los mamparos de los pasillos hacía rato que habían desaparecido.



MENDOZA

Juan, el Primer Oficial,  envuelto en ropa polar estuvo controlando el estado de la Cubierta, de los pañoles de proa y de los alojamientos de popa.
El “Mendoza” como los otros Victory que habían sido buques de  inmigrantes tenía parte de los camarotes de marineros y la enfermería en un casillaje en popa luego de la escotilla de bodega cinco.

Todo normal. La gente cubriendose del frío como podian, armando faroles de kerosene, cerrando hendijas, porque apenas cesó el viento comenzó a bajar la temperatura rapidamente.

Al llegar a tientas a su camarote se encontró con Guido el radio que con una batería y unos alambres había improvisado un farolito de emergencia. Su voz retumbaba entre los mamparos de los pasillos. A lo lejos se oian como rebotando entre chapas metálicas los golpes que los maquinistas le propinaban al motor de emergencia, ignorantes de que este como el resto de la maquinaria se habían plegado tambien a la huelga.

Juan armó su equipo para pasar la noche, calzoncillos largos, ropa de faena, campera y sobre la cucheta el sobretodo y las frazadas que encontró en el ropero del camarote de práctico..

Y la temperatura siguió bajando.En la parte interna del ojo de buey una tenue capa opaca indicaba  que el hielo se estaba formando dentro del camarote.. Quería dormir pero a pesar del peso de la montaña que tenía sobre sí ,no encontraba la forma de conciliar el sueño y poco a poco fue  notando lo que ocurría con los ruidos.

Al principio cesaron los metálicos de los maquinistas, después el de algunas voces en la lejanía de los pasillos y ya entrada la noche aparecieron unos pequeños crujidos que provenian de afuera.                                                                            
Al principio creyó que podía ser el hielo que se estaba formando en los alambres o la nieve que se juntaba en la capa de los botes salvavidas, pero nó.

 Cuando el termometro que tenía junto a su cama le avisó que ya estaban en los diez grados bajo cero creyó conveniente ir hasta el Puente y ver que opinaba el psicrometro.

No pudo llegar muy lejos, las puertas se negaban a ser abiertas también en solidaridad con la gente y los ventiocho grados bajo cero  que reinaban en la noche neoyorquina.

 La primer noche de la Era del Hielo había apenas comenzado. 

La fria y desapacible mañana mostró a los zombies con frazadas sobre sus cabezas despeinadas de poco dormir contemplando al buque como si hubiera estado amarrado años.

Tuberias rotas, baños congelados, cristalinos caireles de hielo colgando de ostas, pajaritos, amantes y cuanto alambre supusiera un apoyo y la pintura de la chimenea y los mamparos exteriores comenzando a caer descascarada, mostrando la chapa original y las marcas de construcción de veinte años atrás, que reaparecian como muertos vivos convocados por esa masa de aire polar justo cuando los muchachos hacían el primer paro.

El que no hicieron en Boston pero sí en Nueva York.
Y Juan , ahora que la rodilla le duele un poco más piensa:
 -Mejor lo hubiera pasado dentro de la heladera de repostería…




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