MENDOZA |
Ocurrió la calurosa noche del 14 de noviembre de 1986, en el estrecho de Malacca.
El Mendoza -un barco mercante de la empresa argentina ELMA con 33 tripulantes, 15.000 toneladas de desplazamiento y 150 metros de eslora-, se acercaba a Singapur proveniente de Japón. Llevaba productos industriales japoneses e iba a cargar caucho para Sudáfrica, Brasil y la Argentina.
"Tenía que llegar a las 12 de la noche al puerto de Singapur, pero una hora antes me avisaron que no podía entrar hasta las seis de la mañana -dijo a La Nación Carlos Azzone, de 59 años, capitán del Mendoza-. Tuvimos que dar la vuelta y reducir la velocidad."
A las 3 de la mañana, Azzone estaba descansando en su camarote cuando se abrió la puerta y se asomó una cara malaya, de rasgos patibularios. De inmediato aparecieron otros tres, armados con machetes y vestidos con jeans y camisas blancas de mangas cortas.
Maniataron a Azzone y lo llevaron a una sala donde estaba la caja fuerte. "¡Money, money!", gritaban. Al abrir la caja y ver que allí había cuatro pistolas, arrojaron a Azzone al piso. Además de las armas (que luego aparecieron escondidas entre los cabos de la popa), se apoderaron de unos 1600 dólares del capitán y de unas cadenas de oro. Los piratas pensaban que ése era todo el dinero que había en el buque, pero la plata del Mendoza -que eran más de 30.000 dólares- estaba en la comisaría, con el administrador, lo que no es muy común en los buques.
Antes de partir, los piratas encerraron al capitán en su camarote. Pero, ¿cómo puede ser que nadie los haya visto abordar el buque? A las 3 de la mañana, en un barco mercante sólo están despiertas cuatro personas: un oficial y un marinero en el puente, un oficial de máquinas y un foguista o un engrasador en la sala de máquinas. Los que estaban en el puente sólo miraban hacia proa, porque se trata de una entrada de puerto muy peligrosa.
"Con dificultad, logré entrar al baño del camarote y golpeé una de las paredes con el duchador. Como no me escuchaba nadie, volví al camarote", relató Azzone.
Maniatado, corrió con los dientes la cortina de la ventana y la luz del camarote se proyectó en la cubierta, bajo el puente. "Comencé a hacer señales Morse con el interruptor de la luz: SOS, SOS. Entonces me vinieron a sacar", relató. Para ese momento, los piratas -seguramente en una lancha con motor fuera de borda- ya estaban muy lejos.
A partir de ese incidente, ELMA tomó mayores precauciones, como poner siempre a alguien vigilando la popa. Los piratas se valen del factor sorpresa, lo que constituye su mejor arma, y estar desprevenido es facilitarles el ataque.
En los 14 años que hizo esa ruta, Azzone no sufrió ninguna otra situación de peligro serio. Vivió otros incidentes, como salvar en tres ocasiones a refugiados vietnamitas, pero ésa es otra historia. .
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