ARLANZA |
La Argentina
desorientada...... febrero
2002
117-CXVII La historia del cencerro
Cuando el padre de Juan apacentaba
los bueyes en los campos de Santibañez de Vidriales el retintín del cencerro se
escuchaba hasta en las aldeas vecinas.
El hubiese querido ser escuchado en La Bañeza, en una tarde clara de agosto, pero se
sabe los bueyes son seres muy tranquilos y no mueven mucho el cabestro. Y La Bañeza está un poco lejos.
Su cuerpo acampanado era, en
rigor de verdad es, de latón y cubierto con una capa de cobre que en algunos
sitios cuesta trabajo distinguir. El
badajo es una ramita de encina tallada por el propio padre de Juan cuando niño,
y las puntadas y nudos en el cuero que lo sostuvo tantos años, son de puro
tiento.
Así que desde su sitial en la
yunta que tiraba del arado tuvo desde siempre una vista privilegiada de esa
tierra de terrones duros y colorados, de una tierra en cuchillas que apenas
daban unas viñas y dejaban crecer algunos chopos y encinas. Como esas que acaba de plantar su dueño.
En la casa lo colgaban en la
pared de adobe de la planta baja y ahí pasaba la noche mientras el amo y su
familia dormían en el piso de arriba aprovechando el calor de las bestias.
Un día notó que algo raro
estaba pasando. Su dueño se estaba
despidiendo de sus hermanas y de sus padres.
Se iba a la América.
Él ya sabía que el hambre
estaba llevando a los mozos del pueblo a más allá de ese mar del que se hablaba
en las largas noches a la luz de la lumbre de sebo.
Sintió que una mano joven y
rugosa, la de su dueño, lo descolgaba de la pared del establo.
- Tu te vienes conmigo, así
no me olvido nunca de donde vengo.
Y cruzó el mar en la bodega
de un buque inglés, junto a maletas de cartón y baúles de cuero y supo por los
vecinos mas cultos que el barco era muy grande y se llamaba "
Arlanza" y su destino final era un puerto muy bonito en un país enorme
llamado Argentina.
Y lo colgaron en la puerta de
una pensión para que su sonido delatase la entrada de la gente. Y un día entró Crescencia y se quedó y otro
día la partera y con ella apareció Juan.
Y Juan fue creciendo y el
cencerro primero fue compañero de juegos y mas tarde volvió a servir de
llamador en la casa que el padre hizo en un pueblito muy bonito.
Y Juan se hizo marino
mercante. Y visitó la tierra de su
padre. Y un día volvió a casa hablando
de cómo había cambiado el pueblo. Y de
que se habían repartido las tierras y que ahora las autopistas pasaban cerca y
que las casas de adobe fueron dejando paso a otras modernas . Y que la gente
trabajaba y estaba contenta y que siempre extrañaban a los que se había ido tan
lejos, sobre todo ahora que los mas viejos descansaban en el cementerio de la
iglesia vieja y que estaban construyendo otra porque aquella había perdido el
techo. Y de cómo habían crecido los
árboles que plantó el padre de Juan.
Y Juan se casó y se lo llevó
con él al departamento que compró para Marcela y para el hijo que
esperaban. Y fue un niño. Y Juan siguió navegando y el hijo creciendo .
Y un día el padre de Juan llegó al departamento y estuvo contándole al nieto historias
del pueblo, de las fincas, de las ruinas romanas, de los bueyes y de él, el
cencerro. Y estuvieron un buen rato
mirándolo, abuelo y nieto.
Ese fue el día anterior a que
se muriese el abuelo. Y Juan volvió de
viaje y se jubiló y luchó para poder seguir viviendo después de tantos años de
trabajo y su hijo se recibió de mecánico y puso un taller y lo tuvo que cerrar
porque las deudas crecían mas que sus clientes.
Y ahora lo descolgaron otra
vez. Y nuevamente dentro de una valija
de tela se dispone a cruzar el mar. Pero
en avión. Y le parece que Juan algo
lagrimeó cuando abrazó a su hijo en el aeropuerto. Pero él está contento porque sabe que vuelve
al pueblo. Otra vez a Santibañez de
donde saliera hace ochenta años con el abuelo de su dueño actual.
Santibañez de Vidriales en
Zamora ,donde ahora no hay mecánicos.
Ahí va el hijo de Juan a poner su tallercito.
Y el cencerro está contento.
Como un cencerro.
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