jueves, 20 de junio de 2013

JOLIO CORTAZAR EN EL RIO BERMEJO POR DON EFRAIN DORREGOO

RIO BERMEJO

RIO    BERMEJO
GRACIAS DON EFRAIN DORREGO




EL PASAJERO DESCONOCIDO.

                                                                              
     No recuerdo exactamente el año
  pero fue en la década del 60 en oportunidad que me encontraba a bordo de un buque de carga que tenía algunas comodidades para transportar hasta 12 pasajeros y que, generalmente, eran ocupados en su totalidad.
Pero el viaje que les voy a relatar no fue así. Recuerdo perfectamente que no se había cubierto el cupo, solamente se habían ocupado seis lugares. Apenas media docena de pasajeros integraban el reducido pasaje cuando zarpamos hacia el Mediterráneo.
Como siempre sucede en estos casos, en los primeros días, el trabajo me mantenía alejado de ellos, empleaba casi todo mi tiempo a preparar el papeleo de los puertos que tocaríamos. Por esa razón no los conocía sino a través de sus pasaportes. Hasta ese momento no había mantenido conversación alguna con ninguno de ellos. Al transcurrir los días acaparó nuestra atención un matrimonio algo desparejo en su composición: la mujer aparentaba ser mayor que el hombre. En realidad, el “componente masculino” –de alta estatura y rostro aniñado- tenía más o menos la misma edad que su mujer. Pronto llegamos a la conclusión que esa disparidad cronológica no era tal y que el rasgo decididamente distintivo entre ambos era la altura del hombre que sobresalía entre los demás pasajeros que llevábamos.
Otro dato curioso era que a este matrimonio siempre se lo veía rodeado de libros, papeles y una máquina de escribir portátil donde trabajaban tanto el uno como el otro, sin hablar con nadie, ni de la oficialidad ni tampoco del pasaje.
Eran verdaderamente extraños… Pero a fuer de sincero, muy íntimamente justificaba ese aislamiento: se dedicaban a escribir la mayor parte del día… Sería porque deberían hacer entrega de algún trabajo al llegar a Marsella, donde desembarcarían?...
Durante el viaje hicimos escala en Santos, Río de Janeiro y, desde allí. cruzamos el Atlántico, para arribar al primer puerto de la travesía: el de Oran en Argelia.
Durante el periplo, el comportamiento podría definirse como correcto, pero siempre distante. El matrimonio se mantuvo alejado hasta con los oficiales del buque, a pesar de que almorzábamos y cenábamos en el comedor donde lo hacía el pasaje.
Ya habían pasado muchos días de viaje cuando una mañana arribamos a Orán. Recuerdo lo primero que se divisaba en una murallón del antepuerto: las palabras “ICI LA FRANCE” pintadas con grandes letras negras...
Estaba en cubierta mirando la maniobra de atraque, cuando por primera vez el pasajero alto se acercó y me dijo: “Mire Ud. la guerra colonialista de Francia. Aún continúa y, es más, estoy seguro que en tierra se debe pelear con toda fiereza”. En verdad me quedé atontado porque no estaba al tanto de esa contienda en África. Sólo estaba informado muy someramente por las noticias, pero nunca creí que fuera en esa forma como la describía el pasajero. “Verdaderamente -le respondí- no conozco los pormenores de estas acciones. Lo que me extraña es que nos hayan enviado a un país en guerra con carga refrigerada y sin tomar los recaudos necesarios”.
“Bueno, no es una guerra declarada oficialmente, es la lucha por terminar con el colonialismo francés sobre Argelia” me replicó, giró sobre sus pasos y entró en el salón nuevamente para esperar que las autoridades francesas dieran entrada al buque.
Después de las formalidades, les pregunté a los oficiales de Inmigración si era posible ir a tierra para visitar ligeramente la ciudad. Me respondieron que esa “travesía” tenía que ser a mi entera cuenta ya que no podían ofrecerme ninguna garantía sobre mi vida: los nativos disparaban desde los techos de las casas, hacia la calle, cuando divisaban personas con aspecto europeo. Dado que los estibadores, que de día trabajaban a bordo en la descarga, por las noches se transformaban en bandas armadas para abatir a los árabes, los argelinos adoptaron la práctica de disparar sobre civiles. Ellos conocían la existencia de esas bandas anónimas y desuniformadas, razón por la cual habían adoptado como método dispararle a todo el que andaba con ropas occidentales.
Por esta actitud beligerante estaba prohibido tener persianas abiertas en las ventanas de las casas. El ejército, cuando una ventana se abría, en previsión de un ataque por parte de los francotiradores, no dudaba en abrir fuego sin mediar palabra.
Me fui enterando de esta problemática hablando con los capataces de los estibadores, pero esos relatos aumentaron mi natural curiosidad por conocer una ciudad árabe como Orán. Sin siquiera dudar, decidí bajar a tierra. Pero esta incursión tenía que ser a la mañana siguiente puesto que, cuando finalizaban las operaciones de descarga a las 17,  el buque se retiraba del muelle y fondeaba en el antepuerto en previsión de fortuitos ataques por parte de los argelinos.
A la mañana siguiente, y estando preparado para desembarcar, se me acercó nuevamente el viajero desconocido y me preguntó si podía acompañarme.
Le expliqué los riesgos de ello pero pareció no darle importancia. Fue así que comenzamos a caminar por una empinada calle que desembocaba en los muelles y en donde, la noche anterior, estaban estacionados camiones del ejército que vimos –literalmente- volar por los aires. Eran vehículos de las fuerzas terrestres francesas que fueron destruidos merced a la “plastique”. Así llamaban ellos a las bombas de plástico que los árabes colocaban en los vehículos de la ocupación gala.
Siguiendo la calle, comenzaron a aparecer los característicos rollos de alambre de púas…y soldados por todas partes. Los comercios funcionaban con las puertas entornadas en medio de un clima de absoluta intranquilidad, pese a que los bancos trabajaban normalmente y había gente caminando por la ciudad.
Fue allí, caminando por Orán, donde el enigmático pasajero que me acompañaba comenzó a explicarme, detalladamente, todos los pormenores de la guerra que se libraba allí.  La, por demás, erudita explicación no pudo menos que llamar profundamente mi atención. No lograba comprender como este enigmático personaje conocía, tan clara y distintamente, la génesis de esta guerra. Hoy sabemos que ese conflicto terminó con la liberación de Argelia. Hoy, los textos dan cuenta del destacado papel el General De Gaulle en ese desenlace; a quien, los franceses que nacieron y vivían en Argel, lo consideraban un traidor por dar la libertad a ese pueblo oprimido por Francia.
Felizmente, el paseo resultó tan interesante como corto debido a las restricciones imperantes. Casi sin darnos cuenta nos encontramos a bordo. La charla prosiguió animadamente.  Ahora también con su mujer quien, oportunamente, había tomado la previsión de no bajar a tierra. Ellos me dijeron que iban a Paris pues, el informado caballero, tenía un cargo de traductor en las Naciones Unidas.
Al otro día cruzamos el Mediterráneo, llegamos a Marsella y la pareja bajó. Antes de abandonar la nave me entregaron su dirección en Paris. “Cuando venga por allá no dude en buscarnos. Estaremos muy gustosos de mostrarle el Paris autentico, no el que habitualmente se les muestra a los turistas”, me convidaron con tono sincero. Y allá se fueron con sus papeles y sus libros....
Ah…casi olvido decirles sus nombres: ellos eran Aurora Bernárdez y Julio Cortázar.


                                                                                     
                                                                                     Buenos Aires, Febrero del 2004

                                                                                     Autor: Efrain Dorrego.-

          

2 comentarios:

  1. Estimado señor: Supongo que por lo que se infiere de su relato usted fue el comisario de abordo del Rio Bermejo.Yo viaje como pasajero junto con mis padres en el Río Bermejo en el año 1951. Zarpamos de Genova en enero de ese año y llegamosa Buenos Aires creo que en Marzo. El capitan era el señor Pitocco y solo recuerdo el nombre del segundo oficial:Vanoni. Un hermoso recuerdo. Tenia trece años que los cumplí cuando pasamos por el estrecho de Gibraltar y me hicieron una fiesta a la noche. Hoy tengo 80 años. Muchas gracias por su relato. Reciba mis cordiales saludos. Rubén F. Mattiazzi

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  2. Creo que debería haberle agregado mi email: riomatt41@gmail.com

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