RIO BERMEJO |
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EL PASAJERO DESCONOCIDO.
No
recuerdo exactamente el año
pero fue en la década del 60 en oportunidad que me encontraba a bordo de un buque de carga que tenía algunas comodidades para transportar hasta 12 pasajeros y que, generalmente, eran ocupados en su totalidad.
pero fue en la década del 60 en oportunidad que me encontraba a bordo de un buque de carga que tenía algunas comodidades para transportar hasta 12 pasajeros y que, generalmente, eran ocupados en su totalidad.
Pero
el viaje que les voy a relatar no fue así. Recuerdo perfectamente que no se
había cubierto el cupo, solamente se habían ocupado seis lugares. Apenas media docena
de pasajeros integraban el reducido pasaje cuando zarpamos hacia el
Mediterráneo.
Como
siempre sucede en estos casos, en los primeros días, el trabajo me mantenía
alejado de ellos, empleaba casi todo mi tiempo a preparar el papeleo de los
puertos que tocaríamos. Por esa razón no los conocía sino a través de sus
pasaportes. Hasta ese momento no había mantenido conversación alguna con
ninguno de ellos. Al transcurrir los días acaparó nuestra atención un
matrimonio algo desparejo en su composición: la mujer aparentaba ser mayor que
el hombre. En realidad, el “componente masculino” –de alta estatura y rostro
aniñado- tenía más o menos la misma edad que su mujer. Pronto llegamos a la
conclusión que esa disparidad cronológica no era tal y que el rasgo decididamente
distintivo entre ambos era la altura del hombre que sobresalía entre los demás
pasajeros que llevábamos.
Otro
dato curioso era que a este matrimonio siempre se lo veía rodeado de libros,
papeles y una máquina de escribir portátil donde trabajaban tanto el uno como
el otro, sin hablar con nadie, ni de la oficialidad ni tampoco del pasaje.
Eran
verdaderamente extraños… Pero a fuer de sincero, muy íntimamente justificaba
ese aislamiento: se dedicaban a escribir la mayor parte del día… Sería porque
deberían hacer entrega de algún trabajo al llegar a Marsella, donde
desembarcarían?...
Durante
el viaje hicimos escala en Santos, Río de Janeiro y, desde allí. cruzamos el
Atlántico, para arribar al primer puerto de la travesía: el de Oran en Argelia.
Durante
el periplo, el comportamiento podría definirse como correcto, pero siempre
distante. El matrimonio se mantuvo alejado hasta con los oficiales del buque, a
pesar de que almorzábamos y cenábamos en el comedor donde lo hacía el pasaje.
Ya
habían pasado muchos días de viaje cuando una mañana arribamos a Orán. Recuerdo
lo primero que se divisaba en una murallón del antepuerto: las palabras “ICI LA
FRANCE” pintadas con grandes letras negras...
Estaba
en cubierta mirando la maniobra de atraque, cuando por primera vez el pasajero
alto se acercó y me dijo: “Mire Ud. la guerra colonialista de Francia. Aún
continúa y, es más, estoy seguro que en tierra se debe pelear con toda
fiereza”. En verdad me quedé atontado porque no estaba al tanto de esa
contienda en África. Sólo estaba informado muy someramente por las noticias,
pero nunca creí que fuera en esa forma como la describía el pasajero.
“Verdaderamente -le respondí- no conozco los pormenores de estas acciones. Lo
que me extraña es que nos hayan enviado a un país en guerra con carga
refrigerada y sin tomar los recaudos necesarios”.
“Bueno,
no es una guerra declarada oficialmente, es la lucha por terminar con el
colonialismo francés sobre Argelia” me replicó, giró sobre sus pasos y entró en
el salón nuevamente para esperar que las autoridades francesas dieran entrada
al buque.
Después
de las formalidades, les pregunté a los oficiales de Inmigración si era posible
ir a tierra para visitar ligeramente la ciudad. Me respondieron que esa
“travesía” tenía que ser a mi entera cuenta ya que no podían ofrecerme ninguna
garantía sobre mi vida: los nativos disparaban desde los techos de las casas,
hacia la calle, cuando divisaban personas con aspecto europeo. Dado que los
estibadores, que de día trabajaban a bordo en la descarga, por las noches se
transformaban en bandas armadas para abatir a los árabes, los argelinos
adoptaron la práctica de disparar sobre civiles. Ellos conocían la existencia
de esas bandas anónimas y desuniformadas, razón por la cual habían adoptado
como método dispararle a todo el que andaba con ropas occidentales.
Por
esta actitud beligerante estaba prohibido tener persianas abiertas en las
ventanas de las casas. El ejército, cuando una ventana se abría, en previsión
de un ataque por parte de los francotiradores, no dudaba en abrir fuego sin
mediar palabra.
Me
fui enterando de esta problemática hablando con los capataces de los
estibadores, pero esos relatos aumentaron mi natural curiosidad por conocer una
ciudad árabe como Orán. Sin siquiera dudar, decidí bajar a tierra. Pero esta
incursión tenía que ser a la mañana siguiente puesto que, cuando finalizaban
las operaciones de descarga a las 17, el
buque se retiraba del muelle y fondeaba en el antepuerto en previsión de fortuitos
ataques por parte de los argelinos.
A
la mañana siguiente, y estando preparado para desembarcar, se me acercó
nuevamente el viajero desconocido y me preguntó si podía acompañarme.
Le
expliqué los riesgos de ello pero pareció no darle importancia. Fue así que
comenzamos a caminar por una empinada calle que desembocaba en los muelles y en
donde, la noche anterior, estaban estacionados camiones del ejército que vimos
–literalmente- volar por los aires. Eran vehículos de las fuerzas terrestres
francesas que fueron destruidos merced a la “plastique”. Así llamaban ellos a
las bombas de plástico que los árabes colocaban en los vehículos de la
ocupación gala.
Siguiendo
la calle, comenzaron a aparecer los característicos rollos de alambre de púas…y
soldados por todas partes. Los comercios funcionaban con las puertas entornadas
en medio de un clima de absoluta intranquilidad, pese a que los bancos
trabajaban normalmente y había gente caminando por la ciudad.
Fue
allí, caminando por Orán, donde el enigmático pasajero que me acompañaba
comenzó a explicarme, detalladamente, todos los pormenores de la guerra que se
libraba allí. La, por demás, erudita
explicación no pudo menos que llamar profundamente mi atención. No lograba
comprender como este enigmático personaje conocía, tan clara y distintamente,
la génesis de esta guerra. Hoy sabemos que ese conflicto terminó con la
liberación de Argelia. Hoy, los textos dan cuenta del destacado papel el
General De Gaulle en ese desenlace; a quien, los franceses que nacieron y
vivían en Argel, lo consideraban un traidor por dar la libertad a ese pueblo
oprimido por Francia.
Felizmente,
el paseo resultó tan interesante como corto debido a las restricciones
imperantes. Casi sin darnos cuenta nos encontramos a bordo. La charla prosiguió
animadamente. Ahora también con su mujer
quien, oportunamente, había tomado la previsión de no bajar a tierra. Ellos me
dijeron que iban a Paris pues, el informado caballero, tenía un cargo de
traductor en las Naciones Unidas.
Al
otro día cruzamos el Mediterráneo, llegamos a Marsella y la pareja bajó. Antes
de abandonar la nave me entregaron su dirección en Paris. “Cuando venga por
allá no dude en buscarnos. Estaremos muy gustosos de mostrarle el Paris
autentico, no el que habitualmente se les muestra a los turistas”, me
convidaron con tono sincero. Y allá se fueron con sus papeles y sus libros....
Ah…casi
olvido decirles sus nombres: ellos eran Aurora Bernárdez y Julio Cortázar.
Buenos Aires, Febrero del 2004
Autor: Efrain Dorrego.-
Estimado señor: Supongo que por lo que se infiere de su relato usted fue el comisario de abordo del Rio Bermejo.Yo viaje como pasajero junto con mis padres en el Río Bermejo en el año 1951. Zarpamos de Genova en enero de ese año y llegamosa Buenos Aires creo que en Marzo. El capitan era el señor Pitocco y solo recuerdo el nombre del segundo oficial:Vanoni. Un hermoso recuerdo. Tenia trece años que los cumplí cuando pasamos por el estrecho de Gibraltar y me hicieron una fiesta a la noche. Hoy tengo 80 años. Muchas gracias por su relato. Reciba mis cordiales saludos. Rubén F. Mattiazzi
ResponderBorrarCreo que debería haberle agregado mi email: riomatt41@gmail.com
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