jueves, 13 de junio de 2013



Septiembre de 1990. El poderoso “Dr Atilio Malvagni” se arrastra pesadamente a trece nudos por la línea ecuatorial del Océano Indico, en el medio de la nada, a una semana de Singapur y a otra de Durban. Después de una larga odisea, el aliciente es estar ya con rumbo hacia el Oeste. Es domingo y después de los tallarines amasados del mediodía, los muchachos tienen tiempo libre y varias opciones: dormir una buena siesta, lavar ropa, arranchar un poco el camarote o… probar los flamantes equipos minicomponentes recién comprados en la Nathan Road.
A las dos de la tarde el Segundo saborea un café en el Puente, mientras otea el horizonte vacío y mira de reojo el montón de cartas inglesas que todavía falta corregir. La puerta del cuarto de derrota se abre y aparece el Capi, impulsado por la onda expansiva de los 14000 watts de potencia que suben por la escalera desde la cubierta de maestranza. Por suerte suena un rock sinfónico y el Segundo agradece que en esa época todavía no exista la cumbia villera. El Capi dice que quiere dormir la siesta y grita sobre ese ruido infernal “Que apaguen eso o los matoooooooooo ¡!!!”. El timonel baja y en un par de minutos el Buque recobra una silenciosa y aburrida tranquilidad.
A las tres nuevamente se abre la puerta, aunque ahora son apenas unos 6000 watts los que truenan haciendo temblar los mamparos. El Capi entra anudándose una elegante robe de chambre, el pelo revuelto, los ojos enrojecidos por el sueño y una cara de pocos amigos que lo dice todo. Otra vez el timonel se toma el trabajo de ir a conseguir silencio sin que la banda llegue a amotinarse.
Antes de las cuatro sube el Primero a tomar la guardia, preguntándose de dónde sale semejante batifondo. Detrás de él aparece el Capi ahora vestido de gris pizarra y se dirige directamente a la consola, buscando el pulsador de la alarma general.
Zafarrancho de Abandono, todo el mundo a los botes… dije todos!
Los únicos autorizados para permanecer a bordo son el Jefe de Máquinas, la esposa del Médico, la Jefa de Radio y el Primer Cocinero (solamente para cuidar que no se pase de cocción el arroz de la cena). El resto a los botes, boga, boga marinero hasta que recuerdes el viejo axioma: el silencio es salud.
A las ocho por fin se autoriza regresar, mientras cae el crepúsculo y la onda tendida del Indian Ocean se hace cada vez más fulera.
Y a todo esto, viste al Capi ???... Avisale que se le enfría el arroz… GRACIAS HORACIO

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